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Un alegre ruiseñor,
que solícito y cumplido,
de su polluelo, en el nido,
cuidaba con gran primor,
procurándole el sabor,
que tanto le deleitaba,
las semillas le llevaba,
fruta y algún gusanito,
y saciado su apetito,
con su calor lo abrigaba.
Feliz, en la sobriedad,
con sus trinos lo dormía,
y siempre le proveía
de cuanto hay necesidad,
pero, ¡así es la vanidad…!
cuando buscaba alimento,
vio para dicha y tormento,
de pepitas un tesoro,
y un lecho con pintas de oro
invadió su pensamiento.
*
Pues para la criatura
lo máximo ambicionaba,
con ingenio lo adornaba,
y esmerándose en la hechura,
en joya de gran lindura,
su humilde nido tornó,
y orgulloso se creyó
ejemplar padre haber sido,
porque a su bebé querido
todo confort le brindó.
*
Mas, he aquí que en su ensueño,
del norte se desvió,
ya que en su afán se olvidó
de acurrucar al pequeño,
y concluído el empeño,
cuando a buscarlo volviera,
descubrió que por quimera,
cambió la realidad,
y en la fría soledad,
el pichón se le perdiera.
*
Si alguno, con claridad,
en este espejo se viera,
es posible que no fuera
por pura casualidad.
Ante la triste experiencia,
aprenda como lección,
que desmedida ambición
obnubila la conciencia,
y armonice con sapiencia,
realismo e ilusión.
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